miércoles, 26 de diciembre de 2007
Y tras la cumbre...
lunes, 10 de diciembre de 2007
Maldito duende
miércoles, 28 de noviembre de 2007
Los países majos
viernes, 2 de noviembre de 2007
Destino de madera
miércoles, 17 de octubre de 2007
Héroes Del Silencio
Aquel día 12 de octubre comparecimos con antelación y nervios en el lugar de tan señalado evento, en nuestro sitio, para sacarnos nuestra espina. Dos horas y media antes del inicio de la magia ya estábamos allí, las dos horas y media más largas de nuestras vidas, que darían paso a las dos horas y media más cortas de las mismas. Me había jugado varias cenas a que no volvería de Praga hasta bien entrado el próximo año, pero perdí mi apuesta por el rock and roll. Mereció la pena el viaje y la espera.
A las nueve de la noche se apagaron las luces y la gente empezó a darse cuenta de lo que estaban a punto de presenciar. Unas pantallas mostraron las siluetas de los héroes al trasluz, moviéndose con parsimonia, mientras sonaban las guitarras de El estanque. Y entonces se alzaron y los vimos juntos por fin, sobre un escenario, poniéndonos la piel de pollo. Cinco figuras que no habían perdido la magia de sus manos y cuerdas vocales. Comenzaba el espectáculo.
Tras una traca de temas inolvidables, con una Sirena varada que nos conmovió a todos, Bunbury se acercó al micrófono para pedirnos un interceso; su voz estaba amenazando con decir adiós prematuramente. Todos palidecimos, pero el héroe volvió enseguida con más fuerza y, desde la pasarela que dividía al público en dos sectores igual de entregados, continuó deleitándonos con baladas supremas como La herida.
Al poco se volvieron a retirar y el público rugió enfervorizado pidiendo más acordes, redobles y alaridos. No era suficiente. Todavía faltaban algunas joyas de su extensísimo repertorio. Retomaron el camino al escenario y, entre aludes de aplausos, pusieron toda la carne en el asador, con malditos duendes, iberias sumergidas y tierras entre las que instalarnos, si bien poco duramos allí, pues nuestro ascenso hacia algún tipo de limbo fue instantáneo. Y en el clímax desaparecieron una vez más. Entonces tragamos saliva con gesto descompuesto suponiendo aquello el final, pero no nos rendimos. Un ‘Héroes, Héroes’ brotó de cada garganta allí congregada, y las palmas ardieron al chocar entre sí tras el segundo y último regreso. Fue en ese momento cuando toda luz dejó de brillar y las gradas se tornaron un mar negro salpicado de mecheros, miles y miles, formando constelaciones, encendidos por una chispa adecuada que fue, simplemente, inolvidable.
Y por desgracia se empezó a perfilar el ocaso de tan memorable actuación, un auténtico tesoro que almacenamos en la alacena de nuestras mentes, que al atisbar el final enfermaron de desdicha, como presas de virus, abandonadas en brazos de la fiebre, temerosas por no haber recibido bendiciones o flores de loto que hicieran rodar su fortuna.
Se fueron de súbito. Nunca fue tan breve una despedida, ni quisimos creer que fuera definitiva. Se desvaneció el sueño. Intentamos volver a él en vano, y en ese instante deseamos morir de siesta para revivir aquella experiencia impagable. La música dio paso al silencio que nos hizo enmudecer durante horas. Sin palabras.
sábado, 6 de octubre de 2007
Praga, la joya de la corona
miércoles, 26 de septiembre de 2007
La sinuosa senda de la pluma
Mi tío tatarabuelo, Modesto Sánchez Ortiz, natural de Aljaraque, fue un conocido periodista de finales del siglo XIX. Publicó varios libros sobre esta práctica, y aunque seguramente hizo muchas más cosas de las que he podido averiguar, sí ha trascendido la más notable de ellas: el por entonces presidente del Gobierno, Práxedes Mateo Sagasta, le recomendó como director al Conde de Godó, propietario del periódico La Vanguardia, y éste aceptó. Por entonces era poco más que un diario caciquil que publicaba avisos de prensa, y gracias a su docta mano empezó a convertirse en lo que es ahora. Tras acceder a la dirección en 1888 comenzó a hacer de La Vanguardia un periódico moderno y profesional, más alejado de la política, e incluyó como colaboradores fijos y esporádicos a intelectuales y artistas de la época, entre los que figuraba el ilustre pintor Santiago Rusiñol, buen amigo suyo, quien le pintó el siguiente retrato, allá por 1898.
Abrió sus páginas a todas las manifestaciones artísticas y a las personas más representativas de la sociedad, creando una nueva filosofía de trabajo que sus sucesores fueron perfeccionando hasta terminar de hacer La Vanguardia un diario al nivel de los más ilustres. Con la cautela de quien no ha visto con sus propios ojos, me atrevo a decir que realizó un meritorio trabajo.
En él empieza la dinastía periodística, pero lógicamente no acaba. Su hermano menor, mi tatarabuelo, Gerardo Sánchez Ortiz, también se dedico a la disciplina. Fue periodista, corresponsal de varios periódicos extranjeros, franceses y portugueses sobre todo, y uno de los fundadores de la Asociación Nacional de la Prensa. Al final de su vida cultivó una curiosa manía: mientras leía un libro, tras finalizar una página, en vez de pasarla y unirla al montón de las ya vistas, la arrancaba sin contemplaciones.
Su primogénito, mi bisabuelo, Modesto Sánchez Monreal, fue precisamente vocal de la Asociación de la Prensa, además, como no, de periodista. Creó la agencia Notisport, de temática deportiva, y la agencia de noticias Febus, la cual, tras unirse a la agencia Fabra, dio lugar a la por hoy todos conocida agencia EFE. Algunos niegan este punto de partida, y añaden que se llama así por ser ésta la inicial del nombre y el apellido del Caudillo, pero según he leído, tomó esa denominación al ser la primera letra de las dos agencias que la originaron. Así mismo, fue redactor del prestigioso periódico La Voz, al igual que de su versión vespertina El Sol. El carácter deliberadamente liberal de la publicación le costó la condena a muerte, aunque afortunadamente sólo pasó unos años en la cárcel. Su hermano Fernando, sin embargo, sí fue asesinado. Era también periodista, el otro fundador de Febus, y padre del hoy famoso presentador y escritor Fernando Sánchez Dragó. La hermana de mi bisabuelo, Alicia Sánchez Monreal, no siguió los pasos de sus dos hermanos, pero dio a luz a la conocida escritora Lourdes Ortiz.
Y por último, desmenuzando los estratos que sí he tenido la suerte de conocer, revelaré que mi abuelo -de nombre Modesto, como os podéis imaginar- fue también periodista, aunque ejerció sólo de colaborador, en periódicos como Las Provincias. Si bien mi madre, aun siendo amante de las letras, optó por la filología, mi tía y madrina sí continuó la tradición, y hoy trabaja en el gabinete de prensa de una conocida empresa nacional. No, ella no se llama Modesta, si es lo que estáis pensando.
Y yo, pues… tengo este blog.
Por el momento…
jueves, 13 de septiembre de 2007
Botellazo al dios de las palabras
Un libro de verdad jamás le entregará sus secretos tan hartamente masticados y refritos; es un ejercicio de asimilación y comprensión. Si no lo entiende, tranquilo, suele pasar. Los libros son como las medicinas, no afectan por igual a todo el mundo. La magia reside en su capacidad evocadora y de absorción mental, en la facilidad con la que nos puede enviar a un lugar lejano o a otro inexistente de tintes hiperrealistas. Esta positiva y plausible enajenación supone un excelente modo de quitar la herrumbre a nuestros anquilosados intelectos, tan avezados a la ley del mínimo esfuerzo, una digna escapatoria hacia los deliciosos lares de la memoria, que en ocasiones se tornan dolorosos e insoportables. Es cierto, los libros son armas de doble filo; tan pronto nos lanzan del tenue enamoramiento al paroxismo emocional como remueven lo más sórdido del pasado y nos hacen naufragar. Hay que tener valor para afrontar el reto, pero no se eche atrás por esto; vale la pena. Usted mismo me dará la razón cuando, al terminar una gran obra, la apoye conmovido sobre el pecho y lamente mirando al vacío su corta extensión, pues incluso mil páginas pueden parecer diez -y viceversa-.
Ahora le dejo solo, pero tranquilo, es fácil no salirse del camino si uno así lo quiere. Coja un libro, léalo, paladéelo y reincida como si fuera un delito emocionante. Y mime la palabra. No más dardos ni botellazos, por favor.
lunes, 27 de agosto de 2007
La luz del jardín
En verano siempre descubrimos alguna...
domingo, 1 de julio de 2007
Desvarío estival
martes, 22 de mayo de 2007
Lo más probable es el adiós
Los estibadores, ajenos a la despedida, arrastraban pesadas cajas mohosas sobre el suelo empapado, y el gentío rumoreaba incomprensiones a gran volumen. Ninguno, ni al unísono, superaba el ruido que el silencio entre ellos les generaba en sus mentes. A él se le ocurrían decenas de cosas para gritar desde la altísima barandilla, a ella también, mas no lo hacían, porque creían haberse dicho todo ya. Lo que nunca, jamás se decían, era «Adiós», pues pronunciarlo suponía asegurar: «Ya no volveremos a vernos». La palabra más probable ni siquiera formaba parte de su vocabulario.
jueves, 17 de mayo de 2007
La nula indulgencia de Cronos
miércoles, 9 de mayo de 2007
El óbito de la flor peluda
jueves, 26 de abril de 2007
Primavera...
heraldos, ciegos, el retorno inviable.
Que viven en los presagios del choque,
que mueren en la colisión fluida, el vivir.
Languidecen.
Qué son sino sus propias lágrimas, el llorar la vida
y no la muerte, el trayecto prodigioso
y no su atroz despedida.
miércoles, 11 de abril de 2007
Negro sobre negro
martes, 27 de marzo de 2007
Inseparables, complementarias
jueves, 1 de marzo de 2007
Por la puerta de atrás
martes, 20 de febrero de 2007
Los desfases hieráticos de cuerpo y alma
viernes, 16 de febrero de 2007
Ministros, ministras y otros animales
viernes, 2 de febrero de 2007
Suegras y avestruces
miércoles, 31 de enero de 2007
Londres: un destino menos
martes, 16 de enero de 2007
Edades improbables
sábado, 6 de enero de 2007
Música, silencio
voz, la única, reverberando
el beso tuyo. Si son melódicas
las últimas notas del recuerdo,
sabrán volver. Y mientras,
se esmera en crepitar la
quietud, y me añades al
pensar nuevos caminos,
inciertos, serpenteando por
mí. Pero no queda nada, no,
nada -van a estrellarse las
músicas del alma- ¡Qué
olvidado ya su musitar,
su rumor sellado!
Todo es calma tormentosa,
el ruido mudo del tormento,
sí, todos los versos inútiles
que agotan el temblar del eco.
Y me empujas al silencio...