viernes, 13 de junio de 2008

Ensayo sobre la categórica estupidez

Hace cosa de tres minutos y medio he leído una noticia que me ha dejado, cuanto menos, flipando en cuatricromía. Suelo deleitarme con aquellos pequeños acontecimientos -de ordinario relegados a páginas interiores y esquinas intrascendentes del papel- que por surrealistas, tiernos, morbosos o chocantes me hacen olvidar el detritus de la primera plana, pero en ocasiones me topo con excrementos del siglo XXI como éste. Antes de suscitaros la mala leche os adelanto dos de ésas a las que me refiero, como el hallazgo de un hombre muerto, con un profiláctico engarzado en su miembro y una cobra en la mano, la cual era causante de la defunción y presentaba a su vez mordiscos del finado (no se sabe quién mordió primero o si la sierpe estaba a punto de ser violada), o la aparición de otro, un poco más vivo, encerrado en el receptáculo de una morgue y abrazado a su novia recientemente fallecida, junto a la cual pretendía ensayar una galopante y letal hipotermia (incluyo este suceso entre los tiernos, y no entre los morbosos). Volviendo al foco de esta crítica, dicha noticia se refería al estricto e impecable trabajo de los encargados de seguridad de la T5 de Heathrow (aeropuerto más importante de Londres), quienes impidieron el acceso a un joven por llevar en su camiseta la imagen de una pistola. Sí, suena a coña, y espero que así sea. Lo triste es que no era un arma convencional; el estampado de la prenda correspondía a Optimus Prime, líder de una banda de robots de la serie Transformers (un clásico que recordarán los de mi generación, llevada al cine hace poco). Para los que no conozcan a dicho personaje, se trata de un enorme camión que se transforma en cyborg de forma humana -más o menos- y viceversa, y uno de cuyos brazos adopta la forma de una sofisticada arma de fuego, tan futurista y alejada de las convencionales que bien podría ser un carísimo cascanueces o disparar vinilos de los Ramones. Según la British Airways, a saber, el colmo de la erudición dentro de las aerolíneas (recordemos que ahorraron 450 millones de libras por racanear las aceitunas de su comida a bordo), no pueden facilitar la entrada a pasajeros con bombas o palabras soeces impresas en su vestuario. De hecho, amenazaron al terrorista en potencia con arrestarlo si se volvía a enfundar la camiseta una vez superado el control. No comment. En el texto se hacía alusión a perogrulladas similares, de pasajeros a los que no se les permitió embarcar por llevar raquetas de tenis, bocadillos con demasiada mayonesa, un premio Goya, piercings en los pezones o letras árabes en la ropa. No sabría qué añadir sin quedarme corto o sin ser demasiado poco ofensivo, así que dejo que cada uno saque sus propias conclusiones. Desde luego, la psicosis por la seguridad ha vuelto rematadamente gilipollas a medio mundo. Ayer, sin ir más lejos, no pude entrar de primeras en la exposición de Alphonse Mucha en Caixaforum (estupenda, a la sazón) por llevar un paraguas de bastón. ¡Claro!, pensé yo, los paraguas de pincho o los plegables son inservibles para destrozar una obra de arte... La próxima vez iré con un cuchillo jamonero, bolas de petanca, un soplete, destornilladores varios, aguarrás mezclado con Channel nº5 y chicles, que de esas cosas no dicen nada, y de paso preguntaré qué demonios tienen en contra de los paraguas de bastón (quizás una fobia del comisario, supersticioso de postín, o un extrañísimo anti-fetichisimo, quién sabe...). Ya parece imposible ir de un lado para otro sin que a uno lo atosiguen con descabelladas exigencias y protocolarias rarezas que sólo entran en las aserrinadas cabezas de los responsables. ¿Acabaremos todos igual de locos? Eso debe de ser contagioso, jamás pensé que el Homo Sapiens fuera capaz de caer tan bajo. Si resucitaran los Erectus, a ver quién se atrevía a distinguir unos de otros. No hay más que ver a los camioneros, quienes se comportan de forma idéntica, destrozando como irracionales todos los objetos que no son de su agrado y colgándose como monos de las cabinas de sus compañeros menos encendidos (luego hablan de atropellos...). Menos mal que sus camiones no se transforman en robots y se lían a tiros, porque si sólo con aparcarlos en el carril derecho ya sumen al país en el caos, no me quiero ni imaginar los destrozos. En fin, prefiero poner fin a este ensayo sobre la estupidez porque no consigo procesar las hazañas de mis congéneres, y además tengo mucho que hacer, mañana voy a Wimbledon a pelotear un poco y antes he de recoger mi camiseta personalizada de la tienda. Sale un cartucho de dinamita alegando que la reina madre es una incurable meretriz decimonónica, aunque no lo entenderán porque está escrito en árabe. ¿A que no sabéis qué llevo para comer a bordo? Sólo espero que de camino al aeropuerto no me den un Goya al mejor vestuario...