miércoles, 2 de septiembre de 2009

Ejercicio póstumo

En el error (erre con erre) se ensartan la fatalidad y la estupidez de un modo portentoso e indivisible. En la reiteración del error (erre que erre) interviene la misma mezcla, con la añadidura de la esperanza ("tal vez a la segunda..."). Ésta última es también la última en perderse, o casi, pero las otras son inalienables e indestructibles; de una apenas dudaba Einstein, entre otros, y de la adyacente sólo podría decir que se trata de una ley natural. Quizás en alguna dimensión paralela o inframundo de éste, nuestro hermoso pozo, se rija exclusivamente por la fatalidez y la estupidad, algo que a nosotros nos suena a vicio y lascivia. Todo ello hace pensar que son el puro origen del componente erótico o placentero que se experimenta al errar o equivocarse, cuya existencia es tan innegable como la de la sal en el mar, si bien para disfrutarlo es necesario haber recorrido buena parte de la vida de uno con las consecuencias de cada error a cuestas. ¿Por qué? Por que sólo en el lecho de muerte, cuando el ser humano halla unos minutos de total lucidez para hacer reflexiones verdaderamente profundas, puede tomar consciencia de los caminos que le fueron bloqueados con cada equivocación o fallo urdido. De este modo, averiguamos si esos errores nos han conducido a la mejor o menos mala meta, y automáticamente se convierten en grandes logros o pasos aún más negligentes. Por fortuna, el estado catastrófico en el que cada ser humano llega a dicho momento impide recopilar y descifrar miles de vidas nunca consumadas, y alguna sustancia segregada únicamente en esos instantes nos ayuda a convencernos de que aquélla a la que ponemos punto y final ha sido, indudablemente, la mejor opción posible. Para algunos y contados resurrectos, ésta ha sido siempre la esencia de la consabida coletilla "morir en paz". Por poner una pega, resulta algo desalentador el no poder disfrutar del error en vida, cuando no podemos ver sus consecuencias, a no ser que alguien nos ilumine con esta revelación que hoy expongo. No he muerto y resucitado para saberlo, no, creo que simplemente se le han escapado unas gotas de lucidez a esa glándula vaga que sólo se exprime en la recta final. Los pesimistas y escépticos tendrán que agotar sus tortuosas vidas para comprobar cuánta razón tenía, mientras que los optimistas y visionarios podrán regocijarse en sus propias cagadas según las cometan. Que surja o no el vicio, no es cosa mía por el momento. Al fin y al cabo, el placer de equivocarse es casi un ejercicio póstumo...