domingo, 31 de diciembre de 2006

Cuenta atrás...

Apenas seis horitas para un hipotético salto, y sigo sin notar nada. ¿Acaso entiende el universo de proporciones tan pequeñas? Lo dudo horrores. No me voy a repetir con los planteamientos alusivos a la uniformidad de nuestras vidas, pero sí aprovecharé esta celebración coyuntural para haceros llegar mis mejores deseos. Al año que ahora expira, a modo de despedida general, le digo: Y a este que en breve estrenaremos le pido un poco más de benevolencia, simple y llanamente. Lo cierto es que si ponemos un poco de nuestra parte todo irá algo mejor, y si nuestra condición de estúpidos humanos con tendencias de autoflagelación nos lo permite, tal vez consigamos ser más felices, o menos desdichados. Esta noche, tragad junto al cava y las uvas el puto orgullo que tan horribles nos vuelve, y si podéis, también todos esos innecesarios defectos que nos son inherentes de nacimiento. El problema es la disposición a hacerlo; nos sentimos más dichosos guardando todo ese detritus en nuestro interior. Yo, por mi parte y aunque sea en vano, continuaré obviando los sentimientos irracionales y viscerales, al menos los negativos, por si sirviera de ejemplo a alguien. Todos deberíamos probarlo y empezar a mirar más allá de nuestros apéndices nasales. Si algo ha de traernos el año nuevo, espero sea conciencia, y que de una vez por todas dejemos de comportarnos como mandriles y miremos un poco más por el prójimo. Hagáis lo que hagáis, os deseo un formidable 2007 a todos y cada uno de vosotros. Espero seguir teniendoos cerca y aguantándome como yo os aguanto a vosotros de tan buena gana, y aunque todos tengamos lo nuestro, siempre serán minucias en comparación con lo que una amistad pueda llegar a superar. Si tanto nos gusta cambiar las cosas el uno de enero, hagámoslo, pero para progresar, no demos más pasos atrás, que ya hemos dado bastantes. Sólo era eso, comunicaros mi ferviente disposición a que sigamos juntos y revueltos por muchos años.

Feliz año

martes, 26 de diciembre de 2006

¡Socorro, 25 de diciembre fun fun fun!

Estoy a punto de hacer algo terrible... No, eso no mentes enfermas, juré dejar la autopsias caseras y lo mantengo. Es algo peor... ¡ponerme a escribir sin saber qué escribir! Por lo tanto no me responsabilizo de lo expuesto desde esta línea hasta el final, a sabiendas de que sólo serán largas letanías de incongruencias salidas directamente de mi macabra y enferma testa, como me suele decir Cobitu amparado en buenas dosis de razón. El caso es que no podía sellar los párpados y menos conciliar un sueño por estar aun lleno de los víveres navideños -de un banquete espléndido, eso sí-, y me vine aquí a aliviar la mente un poco, pues sostengo la teoría de que si no podemos dormir es debido a un exceso de pensamientos (probadlo, pensar mucho retrasa el sueño tanto como la luna un reloj de sol). Si a eso sumamos un exceso de comida en el sistema digestivo, es la hecatombe, pero no veía sentido a vomitar dichos manjares casi deglutidos (mis digestiones navideñas abarcan horas y horas) pudiendo regurgitar en su lugar todas esas cosas absurdas que revolotean errantes en mi testa. ¡Diablos, otra vez esta palabra! ¿Tendrá algo que ver su origen con el de la palabra testículos? Es muy probable, en el fondo éstos son un par de pequeñas cabezas golpeándose entre sí al ritmo del caminar, como dos siameses en una cama elástica. A propósito, ¿se dice un siamés o dos siameses? Un siamés es inconcebible, no se puede estar pegado a uno mismo (bueno los narcisistas sí, pero esos no cuentan) y dos siameses en realidad son una misma cosa, o sea, un siamés... bueno no importa. ¡Qué lío!. Como veis, mi insomnio tiene un fundamento evidente. ¿Quién podría dormir con este tipo de cuestiones rondándole por dentro? Además, creo que aun no digerí el almuerzo, no puedo volver a las vastas llanuras de mi lecho hasta haberlo hecho (¡vaya una rima más estupenda!). Acabo de percatarme de que casi todo se duplica durante el día de Navidad: comemos el doble, tenemos el doble de familiares a alrededor, aparcamos en doble fila... y al no poder pegar ojo el día en sí se nos hace el doble de largo. Y no me siento doblemente dichoso (aunque tampoco desdichado) pero sí noto la panza el doble de prominente. Total, da igual, el día uno me apunto a un gimnasio y listo (náuseas, ajjj). ¡O mejor! Crearé mi propia marca de dulces, la llamaré "El metabolismo", así cuando me llamen gordo podre decir aquella famosa excusa de: ¡No, es que tengo mi propia marca de dulces! Hablando de gordos, sigo siendo pobre tras haber sido ignorado por la lotería navideña, y posteriormente por Papá Noel, o mejor dicho, Papá cruel. Sí, el maldito ha pasado por mis dominios, pero no ha dejado el desfibrilador ni el pase VIP a la mansión Playboy que le solicité en mis epístolas impregnadas de plutonio 210. Ha cometido la osadía de abandonar bajo el árbol una granada sin anilla y un cocodrilo antropófago... ¡sabiendo perfectamente que odio el color verde! Buf, es increíble, aunque sea republicano me voy a pasar a los Reyes Magos, cuyos nombres aun recuerdo: el rey Arturo, el rey Midas y el rey Guetón. Bueno, voy a dejar de escribir, no quiero dar más razones para que me clausuren el blog ni para reingresar en el frenopático. Además, ¡tengo un telegrama urgente para Mr.Rock! Lo dicho queridos míos, ¡feliz navidad! Digo...¡¡socorro!!P.D#1.-No he tomado barbitúricos, sustancias alucinógenas ni ningún otro tipo de estupefaciente, soy así de nacimiento, aunque qué os voy a contar a estas alturas...
P.D#2.- No, el de la foto no soy yo.

miércoles, 13 de diciembre de 2006

Hasta el rabo todo es toro

Pues ya casi expira otro año, y nosotros, como buenos humanos, sostendremos la categórica estupidez de que todo cambiará al inaugurar el 2007. Nuestra simplicidad es alarmante, y cada vez más. No contentos con esto, encontraremos en el tránsito al séptimo año del milenio recién nacido la excusa idónea para emprender cualquier asunto (o reemprender). A los ya clásicos "voy a dejar de fumar", "me apuntaré a un gimnasio y además iré", "este año estudio a muerte" o el terrible "a partir de enero seré mejor persona" se les unirán otros menos conocidos, como el de "dejaré de estafar a Hacienda", "no volveré a mear en la ducha" o "en 2007 daré propina al que toca el violín en el metro". Visto desde este prisma, resultamos una especie un tanto predecible. Sí, está bien marcarse metas y objetivos, pero no tener fuerza de voluntad para establecerlos en cualquier momento y después incumplirlos por sistema es deleznable, la verdad. ¿Acaso algo nos asegura que el uno de enero hallaremos por ciencia infusa esa motivación? ¿Qué nos certifica un nuevo año mucho más llevadero y fructífero? Nada de nada. Aquellos a quienes se les haya atragantado 2006 -como a un servidor- deben de estar deseando su fin, pero sintiéndolo mucho, lo más probable es que nada cambie a corto plazo. Y si os sucede lo contrario, mi más sincera enhorabuena. En fin, de todos modos espero que ciertos aspectos mejoren paulatinamente en nuestras vidas, sea ahora, el próximo mes o en primavera. Aun es pronto para hacer el balance definitivo del presente año, mejor hagámoslo en la onomástica del amigo Silvestre, que como bien dicen por ahí, hasta el rabo todo es toro...

viernes, 1 de diciembre de 2006

Despedida

Hay que joderse. Estaba preparando un post con la música como telón de fondo -que pensaba escribir este mismo fin de semana-, pero me veo obligado a redactar antes este otro, que desgraciadamente también versa sobre el tema musical.
Nada más llegar a casa leí un dato horrible sobre una noticia que vi esta misma mañana leyendo el periódico en el tren. No le presté apenas atención; trataba sobre un accidente de moto ocurrido ayer, uno de tantos, en el que murió un hombre cuya identidad no se desvelaba. Sin embargo, hace poco terminé de saber que el motorista accidentado era Alberto Madrid. Muchos no sabréis quien era, pero si conoceréis su entorno de trabajo. Alberto fue el baterista de la banda madrileña Sôber (una de las pocas de su género con éxito comercial en España). Actualmente tocaba con Savia, junto a Carlos Escobedo, ex-vocalista de Sôber.
Leí la noticia y, la verdad, me jodió muchísimo y sentí una gran pena. No tuve la suerte de conocer a Alberto personalmente, pero sí disfrute de su talento en directo hace unos años, cuando Sôber ofreció un concierto en Majadahonda. Recuerdo en especial un solo de batería que me puso los pelos de punta. Todos lo aplaudimos con rabia, tras quedarnos anonadados oyéndole. Alberto era uno de lo más grandes bateristas españoles, sin duda alguna.
¿Cómo se puede lamentar una pérdida con una relación inexistente? Evidentemente, no es igual que perder a alguien cercano -ese dolor se sitúa en otra dimensión- pero de algún modo mi vínculo con Alberto existía, aunque él lo desconociese. Si bien no podía admirarle como persona -y no dudo de su calidad humana- sí lo hacía como músico. ¿Cuantas veces habré intentado imitarle, baquetas en mano? Innumerables. Me encantaban y siguen encantando sus ritmos. Como es lógico, de mi batería no se desprendió jamás la magia que él lograba extraer de la suya. Alberto era un virtuoso, eso es innegable. Tal vez por dedicarnos al mismo instrumento, o por la humildad con que llevaba ser uno de los grandes artistas del panorama musical, siento profundamente la muerte de Alberto Madrid.

No he visto rastro alguno en los medios de comunicación sobre esta triste despedida (he visto varios periódicos e informativos), así que tengo una razón más para publicar esta carta de adiós. ¡Ah, qué distinto habría sido de haber muerto Bustamente, Dani Martín o cualquier otro "músico" de pacotilla que no le llegaría ni a los tobillos! Lo de este país ya roza lo lamentable. Por lo menos, los que apreciabamos su trabajo o al menos la música de verdad, sentiremos no volver a escucharle o verle disfrutando sobre el escenario. Una verdadera lástima.

Allí donde estés, Alberto, un fuerte abrazo.

Descansa en paz.

miércoles, 29 de noviembre de 2006

Vida de ojos rojos

Hasta entonces, la cocina había sido para mí como la selva del Amazonas, un territorio inexplorado. Nunca tuve necesidad de quedarme en ella más allá de unos minutos, el tiempo que tardaba en expoliar la nevera o cruzar hasta la terraza para desterrar mi fétido calzado. Todos los demás elementos eran prácticamente invisibles, incomprensibles incluso; me aterraba la vitrocerámica, que se ponía roja como un semáforo según donde plantase el dedo, con el riesgo de perder las huellas dactilares si no se era muy docto a la hora de hacerlo. Ese era mi caso, por desgracia, y cuando aquel día me quedé solo y sin comida, el pavor tiñó de blanco mis mejillas. Tocaba enfrentarse a ese monstruo plano y deslizante, de apariencia inofensiva, pero un traidor a la postre, mucho más que el abominable cuchillo jamonero que sembró de cicatrices mis manos durante años. Me encontraba abandonado en aquella cárcel alicatada hasta el techo, plagada de electrodomésticos siniestros, sin saber por dónde empezar a fraguar el desastre. Por supuesto, la idea de abandonar se paseó por mi mente varias veces, hasta que el hambre se hizo más grande que el miedo y no me quedó alternativa. Como todo chef novato decidí empezar por lo fácil. Una vez estaba la sartén sobre su placa correspondiente, comencé a pelar una cebolla y a pensar qué demonios hacer con ella, aunque eso significase acabar con los ojos rojos propios de un besugo. Al fin y al cabo, el ser humano tiende a sufrir por puro vicio, como los faquires (ellos tienen más de humano que cualquiera de nosotros, al contrario de lo que se piensa). Con decisión, me dispuse a hacer un sabroso picadillo, pero en cuanto hendí el cuchillo oí un alarido espantoso.
-¡Ay,ay,ay!- se quejó la cebolla.


Solté el arma del crimen inmediatamente, mientras retrocedía espantado. El pobre vegetal yacía sobre la tabla casi partido por la mitad, lloriqueando sin parar. Yo no podía articular palabra de la impresión, pero ella desató una verborrea impropia de un ser tan soso e inanimado. Hablaba y hablaba, y yo escuchaba atónito. Me contó su triste vida, cómo la separaron del resto de la familia y que incluso tuvo que presenciar el asesinato de algunos miembros a manos de un recolector sin escrúpulos. No tenía ni idea de que las cebollas sintiesen y padeciesen como nosotros. Comencé a sentir una profunda tristeza por tanta desdicha según seguía desgranando su lamentable existencia. Al parecer, en el cajón de la nevera todos le hacían la vida imposible por su olor pegajoso, lo que la tenía sumida en una depresión permanente.
-Hasta los pepinos, que son todos imbéciles, se meten conmigo - dijo con voz mustia.

Yo odiaba los pepinos con toda mi alma y por eso me sentí rápidamente identificado con mi nueva y picante amiga. La pobre, agonizando, estalló en lagrimas. Había algo contagioso en la levedad de su llanto; enseguida noté como mis ojos se humedecían y empecé a llorar también, al unísono. Corrí a darle un abrazo para intentar consolarla, con tan mala suerte que se me escurrió al apretarla contra el pecho y voló grácil hasta posarse en el aceite hirviendo. Un nuevo grito resonó entre los azulejos, y ya no se oyó nada más. La rescaté del dorado infierno con cuidado y la serví en un plato elegante, porque se merecía el más lujoso de los sepelios. Antes de sentarme a la mesa abrí el cajón de las verduras y eché una terrible reprimenda a todos los inquilinos, que me miraron acobardados. Con un sentimiento de culpa inimaginable, me fui llevando las suaves capas a la boca y las mastiqué lentamente, paladeando la mismísima muerte. Sabía deliciosa. Eso era un auténtico cadáver exquisito y no el juego que idearon Tristan Tzara y sus dadaístas. Una vez saciado, me marché al cuarto de estar a hacer la digestión y honrar su memoria. Quizá hubiese querido que esparciese sus restos en algún lugar concreto, como quién difumina un atardecer en el Mediterráneo con las cenizas de su bisabuela, pero la idea de regurgitar me pareció siniestra. No eran horas de andar exhumando nada. Al poco llegó mi madre, que al verme tirado en el sofá tan taciturno y cariacontecido se asustó. Sólo le explique brevemente lo sucedido, que acababa de asesinar a una amiga y además había devorado su cuerpo. Ella mezcló una sonrisa forzada con una mueca de espanto, al tiempo que hurgaba en el bolso a escondidas buscando el móvil para llamar corriendo a las autoridades.

domingo, 26 de noviembre de 2006

El mundo invidente

Hubo un día en el que se cansaron de brillar todos los astros. Existieron amagos de retomar aquel fulgor que alumbrara antaño a quienes agotaron luces y engendraron sombras, pero no alcanzó apenas la vitalidad de un destello. Se había perdido por completo el control sobre lo visible. Ese mundo imperceptible se volvió más real que cualquier otro, sólo la ausencia le imprimió detalles, formas, aristas, que nadie asimilaba, pues ni siquiera sabían hacerlo cuando todos veían. Ahora cada ser se igualaba al de su lado; todos pendían del mismo hilo, se revolvían en el mismo hueco. Pensar, meditar...¡Ah! ¡Ya no servía!. Los instintos hostigados se reubicaron y manifestaron como única vía. Allí, en la oscuridad, junto a la nada y el vacío, entre hipotéticas dimensiones, habían empezado a reencontrarse las criaturas, mas no entre ellas – no podrían verse, percibirse – sino con sus propias ánimas aletargadas. Qué difícil resultaba reconocerse por primera vez, palpar con sentimiento, y qué extraño desconocer posiciones en un universo desproporcionado. La uniformidad se erigió entonces como madre naturaleza y a todos se les antojó descomunal. No existían partes; el todo, la amalgama racional, fue hegemónica. Y aquel niño, cegado desde su concepción, y por tanto menos ciego que los demás, dijo «Ahora yo gobernaré y marcaré el ritmo de la raza. Ahora sabréis lo que es sobrevivir en lugar de vivir sobre el resto. Antes no había más ciego que quien no quería ver, y ahora no lo habrá más que aquel ciego que no sepa ver». Todos lo comprendieron, pero el mundo siguió controlado por la invidencia.

miércoles, 22 de noviembre de 2006

Lunes

Despuntaba el lunes, pero el sol aun demoraba su aparición. Ni un alma se aventuraba a salir todavía. Él se desplazaba con pesado caminar, aunque firme y constante, mirando el lugar exacto donde detenerse y poner fin a su cometido. Llegó, y clavó los talones sobre la nada. La mezcla de brisa y estrellas fugaces invitaba al sosiego, a paladear por un instante la tranquilidad. El reloj, con sus insolentes chasquidos, le arrebataba tal placer. Los más impacientes se acodaban en las repisas, blandiendo el desayuno, frunciendo el ceño para intentar verle. Les resultaba imposible, sólo sabían que por allí andaba. Era temprano para los niños, los únicos capaces de deslindarle de las sombras. En su interior, le entristecía ser tan invisible. Resignado, desató el cordoncillo dorado del pesado bulto que portaba, y éste empezó a crujir. Como quien extiende una alfombra, tiró de un extremo haciendo volar el otro, con un certero movimiento. Una lengua oscurísima se proyectó desde sus manos hacia el horizonte, y suavemente se depositó. El ligerísimo temblor avisó a los madrugadores, que corrieron a por sus enseres. Dio media vuelta, satisfecho, mientras la gente se precipitaba sobre la calle que acababa de poner.

lunes, 20 de noviembre de 2006

Bienvenidos al Páramo Licencioso

¡Pues sí, al final también caí en la tentación de hacer mi propio blog!. Hasta ahora había sido una idea maltratada; siempre pensé que escribir uno sería como poner el primer ladrillo de una torre que no tardaría en derrumbarse, que nadie lo leería, y en fin, otra serie de excusas disuasorias. Desde hace un tiempo hasta hoy fui cambiando de mentalidad y percibí la esencia de estas bitácoras a través de un prisma distinto y descubrí una utilidad desvinculada de los demás: tanto si mis escritos se leían como si no, lograría aligerar la mente y desahogar el espíritu creativo. Es más, lo atractivo no es saber con certeza que alguien vaya a leerme -aunque sea por mera educación- sino ser consciente de que puedo ser leído. Lo compararía con el miedo a ser descubierto haciendo algo "malo". Algunos roban o intiman en sitios poco ortodoxos simplemente por el temor a que les pillen, circunstancia que infiere a lo cotidiano grandes dosis de emoción. En resumen, escribo aquí por puro morbo, y de paso para plasmar ante el mundo todas las ideas atascadas en mi mente, pues en el disco duro se descomponen irremediablemente. Al fin y al cabo, los textos están para ser percibidos, de hecho los ojos ajenos son pulmones que les proporcionan oxígeno y evitan su desaparición.

En otro orden de cosas, explicaré brevemente el título. El término páramo ilustra esta estepa recién inaugurada; creo sobre la nada, el vacío. También refleja el posible rechazo; a muchos les podrá parecer un hueco digital si no hallan nada de su agrado. Y será licencioso porque aquí habra lugar para el placer y el regocijo y al mismo tiempo para lo inmoral y lo transgresor. Si algún día no encontráis ni blog ni escritor en su sitio habitual, seguramente halléis a ambos en una esquela del periódico. Pero bueno, no me apetece ponerme a criticar en el primer post. Sólo espero que os paséis de vez en cuando y os sirva de un modo u otro. Cualquier crítica o comentario será bienvenido y respondido, por supuesto.

Sin más, bienvenidos al Páramo Licencioso.