miércoles, 26 de diciembre de 2007

Y tras la cumbre...

Miro por la ventana con la cabeza borboteando y las neuronas apresurándose a empaquetar alfabéticamente todo el género de la temporada, para no empezar la nueva con asuntos pendientes; en mi cuarto suena la música, una canción que dice: "quizás la vida espera sobre la montaña". Me siento a escribir y trato de ordenar sobre folios o píxeles las adquisiciones espirituales y afectivas del año renqueante, como cada vez que un enero o falso renacer se deja ver en lontananza, pero en esta ocasión me desborda la cantidad de tareas, materias de mi ser, y ni sobre el papel soy capaz de recapitular o expresar cada una de ellas bajo una forma que conserve y manifieste todo su poder. La canción añade: "mientras yo espero...", y entonces comprendo mejor su significado, y sé también que no me atañe, porque no llego hoy ni mañana a cumbre alguna, sólo conquisto escalones que sí pudieran llevar a esa hipotética cima -que bien podría ser un abismo-, y entiendo que tampoco espero, no; sigo caminando sin aguardar a que esa vida venga a mí, porque al pie de la montaña sólo llegan las cosas en forma de alud y sepultan a quien no emprende nada.


¿Y cómo voy a obligar a la boca a recrear con sonidos todo aquello que el año me ha aportado si ni diez dedos lo han conseguido? Las vías de transmisión humanas siempre corrompen o sesgan los mensajes, qué le vamos a hacer. No sabría sacar íntegramente las sensaciones producidas por haber visitado nuevos mundos, paraísos, por haber hecho de ellos mi casa y sitio, por haber alcanzado una de las metas más costosas y emprendido un vuelo sin hilos, por haber encontrado un tesoro a los ojos de todos cuando había abandonado la búsqueda y ver cada día que sus riquezas no parecen tener fin. Y los recuerdos de todo ello, recientes e intensos, corretean libremente sin que quiera pedirles calma. Este peldaño contempla a los demás desde las alturas, sus baldosas se ligan con la certeza de la progresión y el ascenso; los próximos estarán cada vez más altos, y la cumbre será eso, una cumbre, pero sólo habrá una, al final, y el viaje a ella ya ha empezado, porque ahora conozco los rudimentos del vuelo y no miro hacia abajo, porque no voy solo, y las maletas casi vacías hacen que sea un viaje y no una huída.

Todo lleva el fantasma de lo irrepetible; es mejor surcar nuevos cielos que repetir eternamente. A todos, de corazón, un nuevo año lleno de paz y futuros e indelebles recuerdos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

La profundidad de tus pensamientos hace que sean más de una y más de dos las veces que tengo que leerlos y cada vez que los leo encuentro cosas nuevas en ellos. Las buenas obras nunca tienen una sola lectura, por eso en tus creaciones, cada vez que las leo, me invade la sorpresa.

pequeña esquimal dijo...

Amor, ya has superdao las mil visitas!, y las que te quedan... Coincido con tu madre en la profundidad de tus pensamientos... como en la de tu corazón.
Hoy no te vi, y te eché de menos en mi pantalla... Ya sé que no te gusta hablar de intimidades por aquí, pero esta vez no te voy a respetar: cada día estoy más orgullosa de ti y cada día me haces sentir más orgullosa de estar a tu lado.
Aguardaré en el canal hasta alcanzar tu silueta a lo lejos.
Te quiero.

Nacho dijo...

Vivo en las profundidades del alma, pero porque los monstruos viven en la superficie. Hay que echar el doble de tiempo para leerme, para conocerme y para aguantarme, pero en el fondo -en la profundidad- merece la pena. ¿No? Yo también os echo de menos cuando no estáis cerca. Y me enorgullezco de que estéis en mi vida. Este post gira en torno a lo que me importa (900 de las mil visitas deben de ser vuestras, jeje), ya sabéis a lo que me refiero. En el fondo aquí todo son intimidades, baby ;).