La primavera improvisa cada año sus incómodos intervalos de lluvia. No hay pautas ni patrones, es simple y seguro azar. En un despiste nuestro se envalentona y traicionera condena al sol a la elegancia de la incertidumbre. Sí, ahora miro por la ventana y el cielo esta otra vez derritiéndose. ¡Qué sopor, qué monotonía!
El regocijo del viaje, la aproximación al suicidio,
heraldos, ciegos, el retorno inviable.
Que viven en los presagios del choque,
que mueren en la colisión fluida, el vivir.
Languidecen.
Qué son sino sus propias lágrimas, el llorar la vida
y no la muerte, el trayecto prodigioso
y no su atroz despedida.
heraldos, ciegos, el retorno inviable.
Que viven en los presagios del choque,
que mueren en la colisión fluida, el vivir.
Languidecen.
Qué son sino sus propias lágrimas, el llorar la vida
y no la muerte, el trayecto prodigioso
y no su atroz despedida.
¿Y acaso no llegamos a percibir que también llueve en nuestras cabezas? No sólo el agua sabe reducirse a gotas. Una mente puede llegar a encharcarse, anegarse de pensamientos, y su naturaleza no es la de un receptáculo infinito: conoce límites. Alguien diseñó un camino estrecho a modo de alivio, por allí huye lo que no es retenido. A los pensamientos desbordados también se les llama lágrimas.
En el esbozo del sustrato y la furia
hallan razón, por la serenidad que sigue,
por los pasos petrificados -se evocan siempre-.
Pero nada se entiende.
Cierto, qué incomprensible puede ser un hiato entre el otoño y el verano. Pero, honestamente, para mí lo que sobra es precisamente el propio otoño, la alegoría de lo anodino, lo insulso. No es una estación, es un tránsito, sólo nos entretiene mientras la primavera se rearma para volver a inducirnos al desconcierto.
Corajes de lodo que forman la silueta viscosa
del intrépido, azares en danza, sortilegios,
las almas osadas que se sumergen en los charcos
del mundo.
Apenas un rincón para encontrarse.
Sí, es una pena desvirtuar algo como un atardecer primaveral, la tempestad los transforma en difusos ensayos, no llegan ni a serlo. Nublan la mente. No puedo concentrarme con la ausencia del sol. Hay luz al final del pasadizo, sí, pero la luz no es nunca la misma, como los ríos.
¡Atrás, la fruición desgastada, marchita,
que no fue tal!
Todo se extingue, todo, todo,
devenir es un límite puro .
No eres primavera, no eres tú.
Ella invita a meditar todo, inevitablemente. Predecir un final es ingenuo. No está para sembrar lógica, nunca viene para revelar nada. La primavera se inventó para pasar por nosotros, y no al revés.
Se han extenuado las comisuras del presente,
bogar, estrellarse, ser etéreo,
sí, la certeza es simple respuesta.
A veces las mentes florecen en primavera...