viernes, 4 de diciembre de 2009

La yema de la memoria

Hace poco me recorrí una docena de tiendas en busca de esas bombillas que duran varios cientos de horas y encima ayudan al medio ambiente, pero ningún dependiente me pudo proporcionar la que necesitaba, la de las ideas. Porque la mía, la de siempre, de las de toda la vida, debe de estar fundida y contaminando como un viejo seiscientos.

No sé dónde se compran las bombillas de pensar, las que se cargan de talento e irradian ideas brillantes; si las hay, prefiero que sea de ésas nuevas y duraderas, no quiero más épocas de oscuridad creativa ni andar con velas de imaginación que solo dan a luz textos pobres y masticados. El caso es que me he comido un plátano y en vez de vitaminas he notado como asimilaba una suerte de inspiración -habrá sido el potasio, o esa parte ennegrecida que siempre evito y que tal vez sea un nido de ideas peregrinas-.

Estaba ahorrando para una de esas bombillas y todo apunta a que ha sido en vano. Después del chasco compré un periódico y miré la sección inmobiliaria para ver si me alcanzaba para un piso -por eso del cambio de aires-, pero apenas me daban por ello un baldosín o dos enchufes y me pareció un despilfarro. Por otra parte -la positiva-, deduje que una mudanza bloguística podría ayudar a recuperar las aptitudes de escritura y las fuerzas para teclear, y tras meditarlo sucintamente he decidido empaquetar todos los textos y marcharme a otra plataforma. Es posible, incluso, que cambie el nombre de ésta, mi guarida virtual, y le dé otro aire, otra decoración y leitmotiv.
Espero recuperar las ganas de amorrarme al alfabeto y aliñar con mordacidad cualquier anécdota; intentaré hacerlo antes de fin de año, no vaya a parecer que es uno de esos propósitos inútiles que se asumen por el salto anual, y que nunca se consuman.

Tengo la sensación de que la bombilla es un concepto efectivamente asociado a las ideas, pero que hasta la fecha se ha tenido en cuenta de un modo incorrecto; aquel día, el de la búsqueda frustrada, vi por casualidad unas pequeñas en forma de huevo, o de ovoide por lo menos, y algo me dice que son las que debo adquirir. En realidad, la idea existe una vez rompe la bombilla, como un pollo ha de quebrar el cascarón que lo retiene para empezar a vivir. La bombilla es sólo eso, una corteza bajo la cual se va fraguando algo que de eclosionar, antes o después, vivo o muerto. Desconozco, por otra parte, cómo ha de empollarse un cigoto de esta clase -imagino que no será a la vieja usanza, pues dar calor a una fuente que ya lo produce es tan inútil como escupir al mar-, pero en cuanto lo logre y vayan naciendo ideas, espero os paséis a visitarlas por mi nuevo hogar.

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