jueves, 16 de octubre de 2008

El estanque negro

Cuando un conato de gripe te tumba, aprovéchalo y medita. Eso hice en el ecuador de la semana, reposar y marginarme del mundanal ruido después de mucho tiempo sin regalarme un ratito de ausencia social, esos que me conceden un hiato virgen para escuchar lo que yo mismo tengo que decirme. Porque nadie más me iba a entender mejor que yo, y es que si se piensa con la mente abierta, ha de hacerse con la cabeza cerrada. Y pensaba, en el presente que me mordisquea el alma. Como el otoño me diera tregua y el sol garantizaba dos docenas de grados, cogí la bici por montura y partí hacia el monte colindante, al estanque donde suelo ir a sentarme y vender mi tiempo a la conciencia. Pero, sorpresa predecible, estaba seco y minado de excrementos caninos en la orilla; hasta a sus escasos tres palmos de agua les había afectado la carestía que nos restriegan en los medios, falsa o verdadera, no lo sé. Lo cierto es que cada vez hay menos para repartirse, hasta en cosas que no pueden contabilizarse ni acotarse con límites, y si ni la propia vida se rige ya con lógica y sus pilares tiemblan, ¿cómo va a funcionar bien la sociedad que la padece? Porque, y aunque se me tache de genocida o demagogo, cualquiera se fía de un mundo anárquico y descompensado, de directrices descabelladas, del que se van los capaces de reconducirlo y donde quedan los que lo envenenan y hacen enfermar aún más, un mundo en el que mientras unos no encuentran un amor al que entregarse otros destruyen y asesinan a quien se lo juró sin merecerlo, en el que muchos anhelan y a veces ni pueden formar familia de dos generaciones al tiempo que otros lo logran y acto seguido intentan venderla, alquilarla o arrancarle la vida. Toda esta chapuza sólo pudo hacerla un niño henchido de rencor y rabia, quizá ese famoso creador del que tanto presumen unos, aquellos que promulgan su bien categórico mientras pretenden tatuar homosexuales a la usanza nazi con una mano y tocar a niños con la otra, o los que vacían la parte racional de la cabeza para llenarla con la mierda que escupe un enfermo desde su altar de oro, incitando al odio y la muerte, un ejemplo de aquellos especímenes que jamás debería albergar un útero humano. Como hace poco decía una mente pensante -en peligro de extinción-, es insultante que un mindundi gane millones cantando y un científico no. Es sólo un ejemplo de miles, se me ocurren multitud de formas de expresar la descompensación de este, nuestro agujero. Nunca funcionará, aceptémoslo. Todo lo maravilloso puede arrebatártelo un buen día el psicópata de turno, el resentido de cada esquina, un mero apologista de la envidia, el más imbécil de los politicastros. Pero aunque todos me sigan colgando la etiqueta del pesimismo, entended esto como un reconocimiento de todo lo bueno que nos merecemos y se nos niega, como una reflexión que hacer para no bajar la cabeza sumisos y seguir con ganas de arreglar el mundo. Sólo busco denunciar la locura en la que estamos convirtiendo nuestro entorno, que deberíamos cuidar y mimar, con criterio y altruismo. Con lo fácil que es ser feliz y lo complicado que se empeña en ponérnoslo el prójimo, o nosotros mismos, idiotas perdidos, tan propensos a buscar el dolor y poder seguir quejándonos. Esta maquinaria está oxidada, y si miramos cómo cruje y se hace virutas, acabará por volverse algo irrecuperable. Acabará sucediendo, si seguimos consintiendo todo a los descerebrados del mitin y la batuta, a las lobotomizadas eminencias de la túnica y el mazo, a las sabandijas que se aprovechan de su inconsciencia, a la corruptela de la pipa y la placa, a los que han perdido sus valores porque han visto al vecino tirarlos a la alcantarilla cuando nadie miraba. Porque es más fácil así, porque siempre gana el que hace trampas, el que es niño en un juego de adultos, la sanguijuela entre gusanos desdentados. Si pudiera permitírmelo, compraría otro mundo a estrenar y demostraría lo fácil que es hacerlo girar sin trompicones, pero si ni siquiera tengo derecho a un empleo acorde y una ratonera a precio de taj mahal, cualquiera me convence de ello. Yo seguiré yendo a mi estanque, que no es poco, y ya se llenará, o lo colmaré yo mismo escupiendo verdades. Si no nos vuelven a prohibir pensar...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que casualidades, o señales invisibles tiene la vida. Que parece que hayas recogido los últimos pensamientos de mi cabeza y los hayas ordenado y expresado de una manera que yo no hubiese sido capaz; y que haya terminado leyéndote sin saber ni que existías.
Y que injusticias tiene la vida, que, nos da las respuestas pero no los medios ni, a veces el coraje.
Supongo que luchas tu particular batalla diaria, como yo la mía, como cada uno la nuestra..y eso nos mantiene ocupados para no dedicarle el tiempo necesario a la verdaderamente importante.
Me alegro de haberte leído, porque ultimamente pensaba que la gente como tú se había evaporado con el agua de tu estanque.

Nacho dijo...

Muchas gracias por pasarte por aquí, y por cederme esos pensamientos para darles vueltas. Tristemente, son sólo un esbozo, una pequeña parte de todos los que nos acometen día a día, sobre todo en éstos últimos, y a veces ni siquiera es necesario tener los medios y el coraje, porque, como denuncio, no todo depende de nosotros, y aquello que sí está sujeto a nuestra voluntad se nos puede escapar por otra costura de la vida. Suerte con tu batalla, que en este caso es más importante que la guerra en sí.